Señales de profecía en la vida noble del Profeta Muhammad (parte 2 de 2): Después de la profecía

Por Aisha Stacey (© 2016 IslamReligion.com)

Descripción: La vida del Profeta Muhammad cambió drásticamente cuando comenzaron las revelaciones. Cómo se ajustó a esos cambios, fue una de las señales más claras de la profecía.

A los 40 años de edad, el Profeta Muhammad era un comerciante establecido y un hombre de familia inclinado a los momentos de contemplación y reflexión. Era un ciudadano muy respetado en La Meca y la gente estaba acostumbrada a acudir a él para dirimir disputas, pedirle consejo y pedirle que cuidara sus objetos de valor. Sin embargo, todo esto estaba a punto de cambiar debido a que, en uno de sus períodos de aislamiento y contemplación, el ángel Gabriel lo visitó y los versículos del Corán comenzaron a serle revelados. Su misión había comenzado, su vida ya no le pertenecía, ahora estaba dedicada a la difusión del mensaje del Islam.

Tal vez ahora algunos de los acontecimientos de su vida comenzaban a tener sentido. Quizás pudo ver que Dios había planeado cosas para él pues, en retrospectiva, podemos ver que las señales de la profecía habían sido visibles en muchos aspectos y escenarios a través de la vida del Profeta Muhammad. Antes de su misión, la vida de Muhammad era relativamente fácil. Tenía un matrimonio bueno y feliz, hijos, ningún problema financiero y sin duda estaba rodeado de amigos y familiares que lo amaban y respetaban.

El declarar su profecía pronto lo empobreció y lo convirtió en un marginado social; su vida se vio amenazada en más de una ocasión. La grandeza, el poder, la riqueza y la gloria eran lo más alejado de su mente. De hecho, él ya había disfrutado de esas cosas, aunque fuera a pequeña escala. Él no tenía nada qué ganar al declarar una profecía y una misión que no fueran reales. El Profeta Muhammad, su familia y sus seguidores fueron ridiculizados, humillados y golpeados físicamente, su vida cambió drásticamente para peor.

Uno de los compañeros de Muhammad dijo: “El Profeta de Dios no volvió a ver el pan hecho de harina fina desde el momento en que Dios lo envió (como Profeta) hasta que murió”[1]. Otro declaró que “cuando el Profeta murió, no dejó dinero ni ninguna otra cosa, excepto la mula blanca que montaba, sus armas y un pedazo de tierra que donó en caridad”[2].

Antes de morir, el Profeta Muhammad era ya el líder de un vasto estado y tenía acceso a su tesoro nacional, pero vivía de manera sencilla, ocupado solo de completar su misión y de adorar a Dios. A pesar de sus responsabilidades como Profeta, maestro, estadista, general, juez y mediador, Muhammad solía ordeñar sus propias cabras, remendar sus ropas y zapatos, así como ayudar con el trabajo doméstico[3]. La vida del Profeta Muhammad fue un ejemplo destacado de sencillez y humildad. Su vestimenta y su estilo de vida no lo diferenciaban de sus seguidores. Cuando alguien llegaba a una reunión donde estaban todos ellos, no tenía forma alguna de distinguir quién era el Profeta Muhammad.

En los años de su misión, mucho antes de que hubiera siquiera la más remota posibilidad de éxito, Muhammad recibió una oferta interesante de parte de los líderes de La Meca. Creyendo que Muhammad debía estar haciendo esas afirmaciones de profecía para su beneficio personal, un enviado fue con él y le dijo: “…Si quieres dinero, reuniremos el dinero suficiente para que te conviertas en el más rico de todos nosotros. Si lo que quieres es liderazgo, te nombraremos nuestro líder y jamás tomaremos una decisión sobre ningún asunto sin tu aprobación. Si quieres un reino, te coronaremos como nuestro rey…”. Para cualquier ser humano en cualquier período de la historia, esta habría sido una oferta muy generosa y difícil de rechazar. Sin embargo, Muhammad no deseaba nada para su beneficio ni reconocimiento personal. A pesar de que tan generosa oferta tenía solo una única condición, dicha condición iba en contra de todo lo que Muhammad representaba ahora. Los líderes de La Meca esperaban que él renunciara a su llamado al Islam y dejara de adorar solo a Dios, sin asociado alguno[4]. El Profeta Muhammad rechazó de plano la oferta.

En otra ocasión, el tío de Muhammad, Abu Talib, temiendo por la vida de su sobrino, comenzó a rogarle que dejara de llamar a la gente al Islam. De nuevo, la respuesta de Muhammad fue decisiva y sincera, dijo: “Juro en el nombre de Dios, ¡oh, tío!, que si ellos pusieran el Sol en mi mano derecha y la Luna en mi mano izquierda, a cambio de que yo cediera en este asunto (invitar a la gente al Islam), jamás desistiría hasta que Dios me diera el triunfo o yo pereciera defendiéndolo”[5].

Muchos medios fueron utilizados por la gente incrédula de La Meca para empañar el carácter de Muhammad y menospreciar el mensaje que estaba tratando de difundir. Fueron particularmente implacables en despreciar el mismísimo Corán. Afirmaron con vehemencia que el Corán no era revelación divina y que Muhammad mismo lo escribió. Esto lo hicieron para disuadir a la gente de seguir a Muhammad o de creer su afirmación de ser un Profeta de Dios. El Profeta Muhammad no escribió el Corán, él era analfabeta, incapaz de leer o escribir, y no estaba en capacidad de saber, ni siquiera imaginar, algunos de los hechos científicos que menciona el Corán con facilidad y frecuencia.

Además de esto, tiene sentido decir que si el Corán hubiera sido escrito por Muhammad, él se habría elogiado y mencionado a sí mismo mucho más. El Corán de hecho menciona tanto al Profeta Jesús como al Profeta Moisés muchas más veces por nombre que a Muhammad. El Corán también reprende y corrige al Profeta Muhammad. ¿Acaso un profeta impostor se arriesgaría a hacerse ver como una persona que puede cometer errores?

El Profeta Muhammad era un mercader árabe iletrado. Su vida podría no haber sido de mayor interés, excepto que desde el comienzo de su existencia Dios estuvo con él, preparándolo para la profecía y para guiar a la humanidad entera hacia una nueva era de crecimiento religioso. A medida que Muhammad crecía, la gente lo reconoció como confiable, honesto, veraz, generoso y sincero. También fue conocido por ser muy espiritual y por detestar la decadencia y la idolatría de su sociedad.

Cuando nos fijamos en la historia del Profeta Muhammad desde la distancia del tiempo, podemos ver claramente que su vida fue una de servicio a Dios, su único propósito fue entregar el mensaje. La carga del mensaje pesaba sobre sus hombros, e incluso hasta en su sermón final estuvo preocupado al respecto y le pidió a la gente que testificara que él había entregado el mensaje de Dios. Si Muhammad hubiera querido poder o fama, habría aceptado la oferta que le hicieron los líderes de La Meca. Si hubiera estado buscando riquezas, no habría llevado una vida simple, sin apenas posesiones, a diferencia de cualquier otro líder poderoso de un imperio. La sencillez de la vida del Profeta Muhammad y su inquebrantable deseo de difundir el mensaje del Islam son fuertes señales de la validez de su afirmación de profecía.

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