Inexactitud bíblica y Juan 3:16 (parte 2 de 5)

Por Dr. Laurence B. Brown

Descripción: Un análisis del famoso versículo bíblico: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Parte 2: Declaraciones de eruditos bíblicos sobre la autenticidad y preservación de la Biblia.

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En este artículo continuamos con nuestro examen de la inexactitud bíblica, tomando como ejemplo el famoso versículo de Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”.

Algo que confunde a muchos lectores es por qué los traductores de la Biblia utilizan letras mayúsculas para pronombres que se refieren a Jesucristo. Poner mayúscula a “él”, “su” o “suyo” en medio de una oración cuando se está haciendo referencia a Jesucristo, pero no cuando se refiere a otras personas, es una práctica basada en un prejuicio doctrinal y no en una convención literaria. Como dice el proverbio latino: Corruptio optimi pessima (lo mejor, cuando se corrompe, se convierte en lo peor).

La decisión de poner mayúscula a “él”, “su” o “suyo” cuando se refiere a Jesucristo no tiene base en los manuscritos fundacionales. El griego koiné, el idioma en el que están escritos la mayoría de los textos del Nuevo Testamento traducidos a las versiones actuales en español, no tiene letras mayúsculas (véase la Nueva Enciclopedia Católica, Vol. 13, p. 431). De modo que los manuscritos no tan originales en griego, a partir de los cuales se ha traducido la Biblia, no se refieren a Jesucristo con letra mayúscula. En realidad, los traductores bíblicos han puesto mayúscula en “él” y “su” para ajustarse a sus convicciones doctrinales de “hacer que Jesús parezca Dios”. El uso de mayúsculas en la Biblia es más el resultado de convicción religiosa que de exactitud escolástica, concebida más por doctrina que por fidelidad a la narrativa bíblica. Un ejemplo flagrante de esto es la comparación entre Mateo 21:9 y Salmos 118:26. En todas las traducciones, vemos que en Salmos 118:26 aparece “el” en minúsculas: “Bendito el que viene en el nombre de Jehová” (Reina-Valera 1960) o “Bendito el que viene en el nombre del SEÑOR” (Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy). Sin embargo, cuando Mateo 21:9 cita a Salmos 118:26 refiriéndose a Jesús como “el” que “viene en el nombre del SEÑOR”, los traductores de algunas Biblias convirtieron convenientemente la minúscula de “el” de Salmos 118:26 a un “Él” en mayúsculas, en un esfuerzo por hacer parecer divino a Jesús: “Y las multitudes que iban delante de Él, y las que iban detrás, gritaban, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL NOMBRE DEL SEÑOR!” (La Biblia de las Américas, y también en Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy).

Y no se trata de un error tipográfico, la exageración se repite en Mateo 23:39. Esta manipulación textual es flagrante, lo que indica claramente que alguien ha deshonrado el texto.

Algunos podrían defender la Biblia con base en que esto es una corrupción muy pequeña. Pero cualquier grupo que tome a la Biblia como libro guía se encontrará acorralado por la advertencia bíblica de que “el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto” (Lucas 16:10). ¿Cómo se aplica, entonces, esta cita bíblica a los escribas y traductores de la Biblia? Porque si ellos, habiendo sido injustos en lo mínimo, también y de acuerdo a su propia escritura, son injustos en lo mayor, ¿cómo podemos confiar en el resto de su obra?

Un problema es que la Biblia presenta puntos de vista tan diferentes que la gente puede diseñar una miríada de religiones a su alrededor. Y, a decir verdad, eso es exactamente lo que han hecho. Diferentes campos teológicos han estado en desacuerdo respecto a qué libros deberían incluirse en la Biblia. Un libro que es apócrifo para un grupo, es la escritura sagrada de otro. Incluso entre los libros que ya han sido canonizados, las diversas variantes de los textos fuente carecen de uniformidad. Y esa falta de uniformidad está tan generalizada que el Diccionario del intérprete de la Biblia afirma: “Podemos decir con seguridad que no hay una sola frase en el Nuevo Testamento sobre la cual haya uniformidad en la tradición manuscrita”[1].

El hecho es que hay más de 5.700 manuscritos en griego de todo o parte del Nuevo Testamento[2]. Además, “no hay dos de esos manuscritos que sean exactamente iguales en todas sus particularidades… y algunas de esas diferencias son significativas”[3]. Agréguense aproximadamente diez mil manuscritos de la Vulgata Latina, y súmense las muchas otras variantes antiguas (siríaca, cóptica, armenia, georgiana, etíope, nubia, gótica, eslava), y tenemos una enorme cantidad de manuscritos que no se corresponden unos con otros en lugares críticos, y que incluso en ocasiones se contradicen entre ellos. Los eruditos estiman el número de variantes manuscritas en cientos de miles, algunos han estimado la cifra en 400.000[4]. En las palabras, ahora famosas, de Bart D. Ehrman, “posiblemente sea más fácil poner el asunto en términos comparativos: existen más diferencias entre nuestros manuscritos que palabras en el Nuevo Testamento”[5].

Cómo fue que ocurrió esto no es importante aquí; lo que es importante es que las inconsistencias en los manuscritos fundacionales son tan frecuentes y profundas, que las conclusiones religiosas basadas en la Biblia solo pueden ser vistas a través de la lente del sano escepticismo. Consideremos el hecho de que ninguno de los manuscritos originales ha sobrevivido desde el período del cristianismo primitivo[6],[7]. Los manuscritos completos más antiguos (Vaticano MS. No. 1209 y el Códice Sinaítico) datan del siglo IV, trescientos años después del ministerio de Jesús. Pero los originales se perdieron. ¿Y las copias de los originales? También se perdieron. Nuestros manuscritos más antiguos, en otras palabras, son copias de las copias de las copias de nadie sabe cuántas copias de los originales.

Esta, por supuesto, es solo una de las razones por las cuales ellos difieren entre sí.

No es de sorprender que incluso el mejor copista cometiera errores de copia. Sin embargo, como admiten los eruditos del cristianismo, los manuscritos del Nuevo Testamento no estaban en manos de los mejores copistas. Durante el período de los orígenes del cristianismo, los escribas eran inexpertos, poco fiables, incompetentes y, en algunos casos, analfabetos[8]. Quienes tenían problemas visuales podían haber cometido errores con letras y palabras similares; mientras que los que tenían problemas auditivos podían haber errado en registrar la escritura que les era leída en voz alta. Con frecuencia, los escribas estaban sobrecargados de trabajo y eran, por tanto, propensos a errores fruto de la fatiga.

En palabras de Metzger y de Ehrman: “Dado que la mayoría, si no todos ellos [los escribas] eran principiantes en el arte de copiar, un número relativamente grande de errores se deslizaban, sin duda, a sus textos a medida que los reproducían”[9]. Peor aún, algunos escribas permitieron que prejuicios doctrinales influenciaran su transmisión de las escrituras[10]. Como declara Ehrman: “Los escribas que copiaron los textos los cambiaron”[11]. Más específicamente: “El número de alteraciones deliberadas hechas en interés de la doctrina es difícil de evaluar”[12]. E incluso, más específicamente: “En el lenguaje técnico de la crítica textual (que conservo por sus ironías significativas), estos escribas ‘corrompieron’ sus textos por razones teológicas”[13].

Los errores fueron introducidos en la forma de adiciones, sustracciones, sustituciones y modificaciones, con mayor frecuencia de palabras o líneas, pero ocasionalmente de versículos enteros[14],[15]. De hecho, “numerosos cambios y adiciones entraron al texto”[16] con el resultado de que “todos los testigos conocidos del Nuevo Testamento son, en mayor o menor medida, textos mezclados, e incluso muchos de los manuscritos antiguos no están libres de errores flagrantes”[17].

En Malinterpretando a Jesús, Ehrman presenta pruebas convincentes de que la historia de la mujer sorprendida en adulterio (Juan 7:53-8:12) y los últimos doce versículos de Marcos no existían en los evangelios originales, sino que fueron agregados por escribas tardíos[18]. Además, estos ejemplos “representan solo dos de cientos de lugares en los cuales los manuscritos del Nuevo Testamento fueron cambiados por los escribas”[19].

De hecho, libros enteros de la Biblia fueron inventados[20]. Esto no significa que su contenido necesariamente sea erróneo, pero tampoco quiere decir que sea correcto. Lo que podemos decir con certeza es que estas debilidades hacen que la Biblia no sea confiable como preservación de la revelación divina.

Entonces, ¿qué libros fueron inventados? Efesios, Colosenses, 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, 1 y 2 Pedro, y Judas; nada menos que nueve de los veintisiete libros y epístolas del Nuevo Testamento son sospechosos a un nivel u otro[21]. Muchos de los demás libros son de autoría anónima. Increíblemente, incluso los autores de los evangelios son desconocidos[22].

Y la lista continúa. Aquellos interesados en explorar este tema, pueden hacerlo en cualquiera de los muchos libros que se centran en él, incluyendo los míos propios.

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