Por Dr. Laurence B. Brown
Descripción: Un análisis del famoso versículo bíblico: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Parte 1: La fiabilidad del Evangelio de Juan.
Para muchos, el debate cristiano-musulmán gira en torno a la inexactitud bíblica. Soy uno de muchos autores que han abordado este tema en diversos medios, desde panfletos a libros completos. A efectos de este artículo, sin embargo, quiero enfocarme en solo un ejemplo escritural, un versículo que saca a la luz muchos de los temas y argumentos pertinentes.
Los cristianos evangélicos exhiben a Juan 3:16 como piedra angular de su religión. En la versión Reina-Valera 1960 se lee así: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”. Este versículo es promocionado en toda forma posible, desde el protector de ojos del famoso deportista evangélico Tim Tebow hasta camisetas, calcomanías y pancartas en eventos deportivos y otros actos públicos.
¿Cuál es el encanto de Juan 3:16? Bueno, los cristianos evangélicos quieren que creamos que este versículo le promete a la humanidad una salvación sin esfuerzo, basada solo en la fe cristiana, lo que ellos llaman la redención por la fe. Pero, tal como sabemos, la belleza o atractivo de una propuesta no hace que sea cierta. Puedo proponer una gran cantidad de ideas fantásticas, pero una persona sería tonta si cree en ellas sin verificar su validez.
Así que vamos a hacer exactamente eso con Juan 3:16: vamos a mirarlo de cerca y ver si debemos creer en él. Si es cierto, la salvación barata que ofrece sería el mejor negocio de la vida. Por otro lado, si nada apoya su validez, estaríamos locos si arriesgáramos nuestra salvación al basarla en una “escritura” falsa.
Para empezar, ¿quién es el autor de este “libro” del Nuevo Testamento o del escrito individual de la escritura cristiana denominado “Juan”? ¿El discípulo? Contrario a lo que uno podría esperar, no. Bart D. Ehrman nos dice: “Mateo, Marcos, Lucas y Juan no escribieron los evangelios”[1]. Además, “de los veintisiete libros del Nuevo Testamento, solo ocho realmente remiten al autor cuyo nombre llevan: las siete cartas indiscutibles de Pablo (Romanos 1 y 2, Corintios, Gálatas, Filipenses, 1 Tesalonicenses y Filemón) y el Apocalipsis o Revelación de Juan (aunque no estamos seguros de quién era ese Juan)”[2].
El famoso erudito bíblico Graham Stanton, concuerda con esto: “Los evangelios, a diferencia de la mayoría de los escritos grecorromanos, son anónimos. Los títulos que nos son familiares y que dan el nombre de un autor (el Evangelio según…) no eran parte de los manuscritos originales, sino que fueron añadidos a comienzos del siglo II”[3]. ¿Añadidos por quién? “Por personajes desconocidos de la iglesia primitiva. En la mayoría de los casos, los nombres eran adivinados o quizás el resultado de deseos piadosos”[4]. Lo cual difícilmente es el nivel de exactitud escolástica esperado para un libro revelado.
El hecho de que el “Evangelio según Juan” no fue escrito por Juan, el discípulo, es algo que se desconoce entre la mayoría de los laicos. Sin embargo, Ehrman nos dice: “La mayoría de los eruditos actuales han abandonado estas identificaciones y han reconocido que los libros fueron escritos por cristianos desconocidos pero bien educados de habla (y escritura) griega, durante la segunda mitad del siglo I”[5].
Múltiples fuentes reconocen que no existe evidencia más allá de testimonios cuestionables de autores del siglo II, que sugieren que el discípulo Juan fue el autor del Evangelio de “Juan”[6],[7]. Además, Hechos 4:13 nos dice que Juan era “iletrado”. En otras palabras, él era analfabeto.
Stanton plantea esta pregunta acuciante: “¿Fue correcta la decisión eventual de aceptar a Mateo, Marcos, Lucas y Juan? Hoy está ampliamente aceptado que ni Mateo ni Juan fueron escritos por ningún apóstol. Y Marcos y Lucas pudieron no haber conocido a los apóstoles”[8].
El profesor Ehrman es más contundente: “Los eruditos críticos están bastante unificados hoy día alrededor de la idea de que Mateo no escribió el primer evangelio ni Juan el cuarto, que Pedro no escribió Segunda de Pedro y posiblemente tampoco la Primera. Ningún otro libro del Nuevo Testamento reclama haber sido escrito por alguno de los discípulos terrenales de Jesús”[9]. Entonces, ¿por qué nuestras biblias etiquetan a los cuatro evangelios como Mateo, Marcos, Lucas y Juan? Algunos eruditos sugieren algo similar a la imagen de marca (la práctica comercial de solicitar a celebridades que apoyen la venta de un producto)[10]. Los cristianos del siglo II que estaban a favor de estos cuatro evangelios tenían la opción de reconocer que la autoría de dichos evangelios era anónima, o inventarles autores. El engaño probó ser irresistible, y decidieron asignarles los evangelios a autoridades apostólicas, dándoles una marca que de forma ilegítima los convertía en autorizados.
Al final, no tenemos pruebas de que ningún libro de la Biblia, incluyendo los evangelios, hubiera sido escrito por discípulos de Jesús. Por otra parte, la mayoría de los eruditos aceptan la autoría de Pablo en solo la mitad de las obras atribuidas a él. Independientemente de quién escribió qué, las corrupciones e inconsistencias han resultado en más variantes manuscritas que las palabras que hay en el Nuevo Testamento. Por último, incluso los eruditos de crítica textual no logan ponerse de acuerdo[11]. ¿Por qué? Porque “como se verá, las consideraciones dependen de las probabilidades, y a veces la crítica textual debe sopesar un conjunto de probabilidades contra otro”[12]. Por otra parte, en relación a los problemas textuales más complejos, “las probabilidades están incluso mucho más divididas, y la crítica a veces debe contentarse con elegir la redacción menos insatisfactoria, o incluso admitir que no hay ninguna base clara sobre la cual tomar una decisión”[13].
Ampliando este pensamiento, “ocasionalmente, ninguna de las redacciones variantes tiene méritos para considerarse original, y uno (es decir, el crítico textual) se ve obligado a elegir la redacción que es considerada como la menos insatisfactoria, o permitirse una enmienda conjetural”[14]. Umm… enmienda conjetural, ¿esa no es la expresión erudita para “suposición culta”?
De modo que no deberíamos sorprendernos de que, así como Jeremías se lamentó de las “plumas falsas” de los escribas del Antiguo Testamento, el padre de la iglesia del siglo III, Orígenes, se haya lamentado de las “plumas falsas” de los escribas del Nuevo Testamento: “Las diferencias entre los manuscritos se han hecho grandes, ya sea por la negligencia de algunos copistas o por la audacia perseverante de otros; ellos han sido negligentes en verificar lo que han transcrito, o en ese proceso de verificación, han hecho adiciones o sustracciones a su propio gusto”[15]. Ahora bien, esa era la voz de un padre de la iglesia en el siglo III, comentando acerca de apenas los primeros doscientos años del cristianismo. Tenemos que preguntarnos cuánto ha empeorado la situación desde entonces. Y ese será el tema del próximo artículo de esta serie