Por Dr. Laurence B. Brown
Descripción: Cómo la idolatría se infiltró en el cristianismo. Parte 5: Algunas preguntas para reflexionar.
Un reto poderoso al pensamiento trinitario, atribuido inicialmente a Teófilo Lindsey (1723–1804 d. C.) y sostenido subsecuentemente por los cristianos unitarios de todo el mundo, se pregunta cómo responderían quienes adoran a Jesús si él regresara y les formulara las siguientes preguntas:
a) ¿Por qué dirigen sus devociones hacia mí? ¿Acaso alguna vez los instruí para que hicieran eso o me propuse yo mismo como objeto de adoración?
b) ¿Acaso no establecí siempre y hasta el final un ejemplo de adoración al Padre, a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios? (Juan 20:17)
c) Cuando mis discípulos me pidieron que les enseñara a orar (Lucas 11:1–2), ¿acaso alguna vez les enseñé que me rezaran a mí? ¿Acaso no les enseñé a rezarle a nadie más que al Padre?
d) ¿Acaso alguna vez me autodenominé Dios, o les dije que yo fui el Creador del mundo y que debían adorarme?
e) Salomón, después de construir el templo, dijo: “¿Es verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?” (I Reyes 8:27). Entonces, ¿cómo pudo Dios haber habitado en la Tierra?
Estas preguntas son aún más relevantes dado que los cristianos esperan que cuando Jesús regrese, denunciará a muchos “cristianos” como incrédulos, como se afirma en Mateo 7:21–23:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad”.
Entonces, si Jesús va a renegar de algunos cristianos que profetizaron, echaron fuera a demonios y realizaron milagros en su nombre (es decir, aquellos que dicen “Señor, Señor”), ¿quiénes van a ser esos incrédulos?
Respuesta: Aquellos “hacedores de maldad” (palabras de Jesús). Y ese es el punto, ¿no? Pues, ¿cuál ley enseñó Jesús? Durante el período de su misión, “la voluntad de mi Padre en el cielo” era la ley del Antiguo Testamento. Eso es lo que Jesús enseñó, y según esa ley es que Jesús vivió.
Entonces, ¿dónde en sus enseñanzas o en su ejemplo enseñó Jesús la devoción y la adoración hacia su persona? ¡En ninguna parte! De hecho, todo lo contrario, pues la Biblia registra que él enseñó: “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás” (Lucas 4:8). Además, está registrado que Jesús enseñó: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mateo 19:17, Marcos 10-18, y Lucas 18:19); y: “El Padre mayor es que yo” (Juan 14:28).
Quizás por estas razones, los cristianos enfocaron los primeros dieciocho siglos de su adoración al Padre y solo al Padre. Como nos relata Joseph Priestly, rezarle a Jesús es una innovación moderna, distante de las enseñanzas y de la época de Jesús:
En consecuencia, la práctica de rezarle solo al Padre fue universal en la iglesia cristiana, siendo en comparación tardías las breves invocaciones a Cristo, como aquellas en la letanía: “Señor, ten piedad de nosotros, Cristo, ten piedad de nosotros”. En la liturgia clementina, la más antigua que se conserva, contenida en las Constituciones apostólicas, que probablemente fueron compuestas hacia el siglo IV, no hay rastros de cosa similar. Orígenes, en un tratado extenso sobre el asunto de la oración, insta muy fuertemente a la conveniencia de rezarle solo al Padre y no a Cristo, y él no da indicio alguno de que las formas públicas de la oración tuvieran nada reprensible en ellas en ese respecto, por lo que llegamos fácilmente a la conclusión de que, en esa época, esas peticiones a Cristo eran desconocidas en las asambleas públicas de los cristianos. Y esa restricción ha establecido tempranamente costumbres en las mentes de los hombres ya que, con excepción única de los moravianos cuyas oraciones siempre son dirigidas a Cristo, la práctica general de los trinitarios es rezarle solo al Padre.
Ahora bien, ¿sobre qué principio pudo haber sido fundada esta práctica temprana y universal? ¿Qué hay en la doctrina de la Trinidad, consistente en tres personas iguales, que le otorgue esa distinción al Padre en preferencia al Hijo o al Espíritu Santo?[1]
¿Qué tenemos aquí, de hecho? Priestley registra un aspecto muy poco conocido de la historia cristiana, a saber, que para esa época (finales del siglo XVIII), “la práctica general de los trinitarios era rezarle solo al Padre”. Aquellos que se guían por su experiencia cristiana moderna, pueden creer erróneamente que la práctica del siglo XXI de rezarle a Jesucristo data del cristianismo primitivo.
Nada está más lejos de la verdad.
Durante cerca de mil ochocientos años a partir del nacimiento del cristianismo, las oraciones fueron dirigidas solo a Dios. No fue hasta 1787 que la Iglesia de Moravia, una secta protestante fundada en el siglo XV en Bohemia (en lo que es la actual República Checa), se sometió a una profunda transformación pentecostal y comenzó a dirigirle las oraciones a Jesucristo.
De modo que, ¿por qué si las tres personas de la Trinidad son consideradas coiguales, habría prevalecido tal preferencia por el Padre? Y no solo por una década o dos, sino durante los primeros mil ochocientos años del cristianismo. A menos, claro, que se deba aprender una lección mucho más grande de la uniformidad de las devociones de los primeros cristianos que de las inconsistencias de la teología trinitaria.
Priestley fue solo uno de muchos que intentaron evitar el descarrilamiento de las devociones del Creador hacia Su creación —Jesús, María, el Espíritu Santo y la multitud de santos—. Sin embargo, ningún análisis histórico de este tema estaría completo sin anotar que el Islam siempre ha mantenido una fe estrictamente monoteísta e iconoclasta, como lo describe Gibbon:
Los mahometanos han resistido de manera uniforme la tentación de reducir el objeto de su fe y su devoción al nivel de los sentidos y la imaginación del hombre. “Creo en Un Dios y Mahoma[2] es el apóstol de Dios” es la profesión de fe simple e invariable del Islam. La imagen intelectual de la Divinidad jamás ha sido degradada por ningún ídolo visible; los honores de los profetas jamás han transgredido la medida de la virtud humana, y sus preceptos de vida han restringido la gratitud de sus discípulos dentro de los límites de la razón y la religión”[3].