“EL AFÁN DE TENER MÁS Y MÁS LOS DOMINA…”

  • Por Imad al-Din Khalil (islamtoday.net)
  • Descripción: El autor captura maravillosamente el vacío de las vidas de aquellos desprovistos de Dios y de un propósito significativo, y lo relaciona con cómo lo describe el Corán.

  • El afán de tener más y más los domina hasta que la muerte los sorprenda y entren en la tumba. ¡No deberían comportarse así! Ya se van a enterar [que obrar para la otra vida es superior]” (Corán 102:1-3).

    Rivalry-in-worldly-increase-distracts-you.jpgHace veinte años, escribí un artículo que intitulé “la era de la reducción”. Fue publicado en el libro Opiniones islámicas sobre temas contemporáneos. Ahora, encuentro la necesidad de hablar de “la era del aumento”.

    No existe contradicción entre mis dos descripciones de nuestra era. Hay dos lados de la misma moneda, una moneda a la que podemos denominar “miseria”. Vivimos en la era de la reducción en relación al ser humano, pero es la era del aumento con respecto a las cosas materiales.

    La reducción que vemos es en el espíritu humano. En nuestros sentimientos, nuestra sensibilidad, nuestra humanidad misma. Esto, mientras nos deleitamos en los excesos de las cosas materiales, competimos por alturas vertiginosas en la construcción de nuestras ciudades, y avanzamos rápidamente en el progreso tecnológico. Sin embargo, la gente no es feliz. La felicidad humana continúa disminuyendo.

    Nos estamos perdiendo. Nos estamos haciendo cada vez más superficiales. Nuestros espíritus son insustanciales. Hemos perdido la riqueza de nuestra sensibilidad interior. Nos apresuramos hacia el mundo material y nuestra experiencia se hace inseparable de él, moviendo, expandiendo, creciendo. Sin embargo, nuestra fe, nuestro significado interior, así como nuestras sensibilidades morales, se pierden en el camino.

    Hay una creciente abundancia de servicios, bienes de consumo, bienes de primera necesidad y pasatiempos. Tenemos más opciones de entretenimiento que nunca antes. Hay más riqueza y más cosas para comprar. La ciencia y la tecnología están avanzando a un ritmo cada vez mayor. Entonces, ¿por qué la gente se siente cada vez más desgraciada? ¿Qué hemos perdido de la belleza de la vida?

    Cada día, nos encerramos más detrás de nuestros bienes materiales. Nos volvemos, en consecuencia, menos sociales, más distantes de la familia y los amigos, de nuestros cónyuges e hijos. Incluso nos hacemos extraños a nosotros mismos. Nos estamos bloqueando lentamente unos de otros con paredes invisibles. Incluso las voces que se levantan aquí y allá, parecen quedar atrapadas en sus gargantas, de modo que nadie las escucha.

    Este bloqueo de cosas materiales nos ha inundado. Es difícil para cualquiera interponerse en este camino. Se mueve hacia adelante sin descanso y de forma irresistible. Nos hemos puesto en una situación de la que no podemos salir.

    Recuerdo una obra del dramaturgo francés Eugène Ionesco cuyo protagonista se encuentra obstruido por las cosas, que cada vez lo invaden más, hasta que queda totalmente apartado de lo que lo rodea. Es expulsado del mundo. Sus gritos no pueden ser escuchados por nadie. Las cosas no solo poseen la capacidad de excluir a la persona, sino que tienen la capacidad de hablar, como en un sueño o en una pesadilla, donde uno no puede articular palabra.

    Recuerdo también que Leopold Weiss escribió en El camino hacia La Meca sus experiencias como hombre occidental viviendo en la búsqueda incesante y febril de la acumulación material. Él reprochó a su pueblo por su depresión y su miseria:

    Un día (en septiembre de 1926), Elsa y yo estábamos viajando en el metro de Berlín. Era un compartimiento de clase alta. Mi ojo cayó casualmente sobre un hombre bien vestido frente a mí, aparentemente un hombre de negocios acomodado con un hermoso maletín en las rodillas y un gran anillo de diamantes en la mano. Pensé en lo bien que la portentosa figura de ese hombre encajaba en la imagen de prosperidad que se encontraba por aquellos días en todo lugar de Europa Central: Una prosperidad más prominente por haber llegado después de años de inflación, cuando toda la vida económica había sido enrevesada, y la apariencia desaliñada había sido la norma. La mayoría de la gente ahora estaba bien vestida y bien alimentada, y el hombre frente a mí no era la excepción. Pero cuando miré su rostro, no me pareció estar mirando una cara feliz. Él parecía estar preocupado, y no solo preocupado, sino agudamente infeliz, con los ojos mirando hacia adelante fijamente, y las comisuras de la boca contraídas, como si tuviera dolor, pero no dolor corporal. Sin querer ser descortés, retiré mi vista y vi a su lado a una mujer de cierta elegancia. Ella también tenía en su rostro una expresión extrañamente infeliz, como si contemplara o experimentara algo que le causara dolor; sin embargo, su boca estaba fija en una apariencia rígida de sonrisa que, yo estaba seguro, debía ser habitual. Entonces, comencé a mirar alrededor los demás rostros del compartimiento, rostros pertenecientes a personas bien vestidas y bien alimentadas, sin excepción, y en casi todas ellas pude distinguir una expresión de sufrimiento oculto, tan oculto que el dueño del rostro no parecía darse cuenta de ello.

    Esto, de hecho, fue extraño. Jamás había visto tantas caras infelices a mi alrededor, ¿o quizás nunca antes había visto lo que ahora me hablaba tan alto en ellos? La impresión era tan fuerte, que se lo mencioné a Elsa, y ella comenzó a mirar alrededor con los ojos cuidadosos de un pintor acostumbrado a estudiar los rasgos humanos. Luego, se volteó hacia mí, atónita, y dijo: “Tienes razón, todos parecen estar sufriendo los tormentos del Infierno… Me pregunto, ¿sabrán ellos mismos lo que les está ocurriendo?”.

    Sabía que no lo sabían, pues de otro modo, no seguirían desperdiciando sus vidas como hacían, sin ninguna fe en verdades vinculantes, sin ningún objetivo más allá del deseo de elevar su propio “nivel de vida”, sin ninguna esperanza aparte de tener más comodidades materiales, más dispositivos electrónicos, y quizás más poder…

    Cuando regresé a casa, vi en mi escritorio una copia del Corán que había estado leyendo antes y que estaba abierta. De forma mecánica, tomé el libro para guardarlo, pero cuando estaba por cerrarlo, mi ojo cayó en la página abierta ante mí y leí:


    El afán de tener más y más los domina
    hasta que la muerte los sorprenda y entren en la tumba.
    ¡No deberían comportarse así! Ya se van a enterar [que obrar para la otra vida es superior].
    Una vez más: ¡No deberían comportarse así! Ya se van a enterar [que obrar para la otra vida es superior].
    Si hubieran sabido con certeza [el castigo de quienes consumen su vida en el afán de tener más y más, habrían cambiado el rumbo de sus vidas].
    Habrán de ver el fuego del Infierno,
    y lo verán con los ojos de la certeza.
    Luego, ese día [del Juicio] se les preguntará por cada bendición que recibieron [durante la vida mundanal].


    Por un momento, me quedé sin palabras. Creo que el libro se estremeció en mis manos. Luego se lo di a Elsa. “Lee esto. ¿No es una respuesta a lo que vimos en el metro?”.

    Era una respuesta: una respuesta tan decisiva, que toda duda terminó de repente. Ahora sabía, sin lugar a dudas, que era un libro inspirado por Dios lo que tenía en mis manos, pues si bien había sido puesto ante el hombre hacía más de trece siglos, anticipaba con claridad algo que solo se había hecho realidad en esta época nuestra, tan complicada, mecanizada y fantasmagórica

    En todas las épocas, la gente ha conocido la avaricia. Pero en ningún momento anterior había crecido la avaricia en un mero afán por adquirir cosas hasta convertirse en una obsesión que borra de la vista todo lo demás. Un deseo irresistible de conseguir, hacer, tramar más y más, más hoy que ayer, y más mañana que hoy. Un demonio cabalgando sobre los cuellos de los hombres, azotando sus corazones y llevándolos hacia objetivos que destellan burlonamente en la distancia, pero se disuelven en una nada despreciable tan pronto como se los alcanza, manteniendo siempre la promesa de objetivos nuevos, de metas aún más brillantes, más tentadoras mientras permanezcan en el horizonte, pero obligadas a marchitarse tan pronto como estén al alcance. Esa hambre insaciable por nuevas metas carcome el alma del hombre: ¡Si supieras en el infierno en que estás!

    Me quedó claro que esto no era la mera sabiduría de un hombre en un distante pasado en la lejana Arabia. Por muy sabio que hubiera sido ese hombre, no podía, por sí solo, prever este momento tan peculiar en el siglo XX. En el Corán habla una voz más grande que la de Muhammad…

    Leopold Weiss había leído sura At-Takazur y abrazó el Islam. Podemos leer, en su traducción de este capítulo del Corán, la forma en que la entendió en ese momento. Su “están obsesionados con la avaricia de tener más y más” captura mucho de la esencia del significado de la aleya “El afán de tener más y más los domina”.

    Él articula el problema cuando la gente pone un premio en las apariencias externas y da poco valor a la valía interior, cuando prefiere el éxito mundano sobre el éxito en el Más Allá, cuando ponen mayor participación en intereses personales que en la conducta ética, y cuando enfocan sus vidas en la adquisición material sobre el desarrollo de su yo interno.

    ¿Qué felicidad hemos logrado con este diluvio de exceso material? ¿Cómo podemos recapturar nuestras propias almas? Sabemos más sobre los aspectos físicos de nuestras vidas que nunca antes en la historia. Sin embargo, las dimensiones internas de nuestras vidas, han caído en un estado vergonzoso.

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