Por Ismail Nawwab, Peter Speers y Paul Hoye (editado por IslamReligion.com)
Descripción: El primer periodo de la vida del Profeta, antes de recibir la profecía, y una breve reseña de su misión en Meca
Cerca del año 570, nació un niño que sería llamado Muhammad y que se convertiría en el Profeta de una de las religiones más grandiosas del mundo, el Islam. Él nació dentro dentro de una familia perteneciente a un clan de Quraish, la tribu gobernante de Meca, una ciudad ubicada en la región del Hiyaz al noroeste de Arabia.
La Ka’bah, un antiguo santuario ubicado en la ciudad de Meca que, debido a la decadencia de Arabia del sur, durante el siglo VI se había convertido en un importante centro de comercio relacionado con grandes potencias como los sasánidas, bizantinos y etíopes. Como resultado de esto, la ciudad fue dominada por poderosas familias comerciantes, entre quienes sobresalían los hombres de Quraish.
El padre de Muhammad, ‘Abdullah Ibn ‘Abd Al-Muttalib, murió antes de que el niño naciera; su madre, Áminah, murió cuando él tenía seis años. El huérfano fue confiado al cuidado de su abuelo, líder del clan de Hashim. Después de la muerte de su abuelo, Muhammad fue criado por su tío, Abu Talib. Como era costumbre, de pequeño Muhammad fue destinado a vivir por uno o dos años con una familia beduina. Esta tradición, continuada hasta hace poco por familias nobles de Meca, Medina, Taif y otros pueblos del Hiyaz, influyó notablemente en Muhammad. Además de soportar las dificultades de la vida del desierto, adquirió el gusto por la expresión refinada y la elocuencia, algo muy apreciado por los árabes, para quienes la oratoria era el arte que más los enorgullecía. También aprendió la paciencia y la abstinencia propia de los pastores, cuya vida solitaria que en primera instancia compartió, y luego comprendió y apreció.
Cerca del año 590, Muhammad, entonces en sus 20 años, entró al servicio de una viuda comerciante llamada Jadiyah, dedicada al comercio de caravanas hacia el norte. Algún tiempo después él se casó con ella y tuvieron dos hijos –ninguno de los cuales sobrevivió– y cuatro hijas.
A sus 40 años, Muhammad comenzó a retirarse para meditar en una cueva en el monte Hira, en las afueras de Meca, donde ocurrió el primero de los grandes eventos del Islam. Un día, mientras estaba sentando dentro de la cueva, escuchó una voz, posteriormente identificada como la del Ángel Gabriel, que le ordenó lo siguiente:
“¡Recita! [¡Oh, Muhammad!] En el nombre de tu Señor, Quien creó todas las cosas. Creó al hombre de un cigoto”. (Corán 96:1-2)
Muhammad expresó tres veces que era incapaz de hacerlo, pero cada vez el mandato se repetía. Finalmente, Muhammad recitó las palabras que ahora se encuentran en los primeros cinco versículos del capítulo 96 del Corán, palabras que proclaman a Dios como el Creador del hombre y Fuente de todo el conocimiento.
En un principio Muhammad narró su experiencia solamente a su esposa y a su círculo más cercano. Pero cuando las revelaciones le ordenaron que proclamara la unicidad de Dios abiertamente, sus seguidores aumentaron, al comienzo entre los pobres y los esclavos, pero luego también entre los hombres más ilustres de Meca. Tanto las revelaciones que recibió en ese momento como las que recibió después, están incluidas en el Corán, las Sagradas Escrituras del Islam.
No todos aceptaron el mensaje de Dios transmitido por Muhammad. Incluso dentro de su mismo clan existieron quienes rechazaron sus enseñanzas; de la misma manera, muchos comerciantes se opusieron activamente al mensaje. Sin embargo, la oposición simplemente servía para reafirmar en Muhammad el significado de la misión y su comprensión exacta de cómo el Islam difería del paganismo. La creencia en la unicidad de Dios es de vital importancia en el Islam, de esto se desprende el resto de sus doctrinas. Los versículos del Corán enfatizan la singularidad de Dios, advierten a aquellos que niegan esto del castigo inminente, y declaran Su compasión ilimitada para aquellos que se someten a Su voluntad. Confirman el Juicio Final, cuando Dios, el Juez, pondrá en la balanza la fe y las obras de cada ser humano, recompensando a los seguidores fieles y castigando a los transgresores. Debido a que el Corán rechazó el politeísmo y enfatizó la responsabilidad moral del hombre con imágenes elocuentes, representaba un serio desafío a la vida mundana de los mecanos.